El Torturador de Saúl Ibargoyen
Cuando Saúl me pidió que leyera este libro, antes de su publicación, independientemente del enorme orgullo que sentí, cayó sobre mí la gran responsabilidad de documentarme. He de confesar que busqué mucha información acerca del golpe de estado en Uruguay, de los principales personajes de aquel entonces, de los Camisas Doradas, de
Todos sabemos –y si no, les cuento- que Saúl es de los personajes importantes que vivieron y sufrieron todos los acontecimientos del golpe de estado en su país de origen, Uruguay, en los años 70. Sangre en el Sur es un libro en donde el personaje que habla relata sus vivencias en esos entonces de una manera muy singular. Es un libro que –para mí- se sienta sobre las bases teatrales del monólogo. Aunque, sí, existe el entrevistador, pero lo conocemos por el entrevistado. Y aún hay más, otro personaje etéreo, omnipresente: la mente del entrevistado que hace su aparición cuando entrevistado y entrevistador se dan un pequeño descansito para tomarse un café. Este personaje etéreo le tira línea al que habla sobre lo que debe y no decirle al estiradito entrevistador que de pronto no debe saberlo todo; pero que gracias a este recurso literario, el lector sí se entera de mucha información clasificada. Bueno, no creo conveniente contarles más, y aquí cierro mi paréntesis para invitarlos a adquirir en paralelo los dos libros y puedan tener el mapa completo de todo el tesoro que Saúl nos comparte tan generosamente.
En este punto, ya sintiéndome una conocedora del tema en el que me iba a sumergir, que por el nombre del libro era obvio que se trataba de la contraparte, de los represores, entro de lleno al contenido, y de nuevo Saúl me vuelve a provocar un salto en mi capacidad de asombro: iba a conocer la vida, recovecos, sufrimientos, deformaciones psicológicas y andanzas del más cruel y sanguinario de todos los torturadores, por supuesto estoy hablando de un personaje ficticio, Escipión Carrasco, sacado de la imaginación del autor. Que en honor a la justicia, no está nada alejado de la realidad. De nuestra masacrada realidad.
La primera pregunta que surgió en mi mente al hablar del autor fue ¿cómo es posible que un hombre que vivió toda esta represión, que tuvo que dejar familia y amigos para salvar la vida, que en su corazón tiene el recuerdo de amigos muertos, de prostitutas-amigas que por ayudarlo fueron descubiertas, que vivió miserias, enfermedades, soledades, como es posible, repito, que pueda hacer una novela llena de humor y hasta de empatía con un ser tan siniestro como El Machito (seudónimo de Escipión Carrasco, el protagonista)? Bueno, es una pregunta que me contesto un poco pensando en que cuando superas tu pasado, puedes hasta reírte de él. Aunque es bien sabido que la narrativa de Saúl incluye el ingrediente que yo, como su ávida lectora, más admiro y agradezco: el humor. Sobre todo el humor ácido, el humor negro.
Y aunque para muchos el protagonista puede parecer un ser verdaderamente abominable, Saúl nos hace introducirnos en su pasado con doña Chatita o
Y hablando de su oficio, y sólo a manera de información para los futuros lectores, en el lugar donde se desarrolla la acción, y debido a los levantamientos, las fuerzas armadas deciden crear un grupo especial de represión a los insubordinados, que se llamará Servicio de Seguridad Social, idea genial de Dunviro Retícula, abogado de profesión y elevado a la categoría de coronel por el mismísimo general supremo en un análisis profundo. Cito: “…hagamos lo que se me ocurrió ahorita ordenar: usted será promovido a coronel, no sólo por las recomendaciones de su tío el general en retiro Pancho Retícula, casado con mi hermanita Leoncia… Yo lo propongo para el ascenso, su expediente me ha impresionado, entonces el estado mayor dice que sí y chau. El presidente, como jefe del ejército firmará lo que haya que firmar y ¡salute, farabute!” ¿Les suena familiar?
La cosa es que el libro de Saúl no se concreta a contar la anécdota de un asesino serial de manera lineal. Que para este momento he de decirles que si bien me sirvió mucho documentarme, no es tan necesario hacerlo, porque el relato que Saúl nos cuenta tiene su vida propia con o sin el referente histórico. Y mientras me adentraba en la lectura, descubrí algo que me sorprendió mucho: la historia está escrita tal y como si se tratara de un guión de cine, el autor utiliza escenas de retroceso, acercamientos, avances temporales, marcos congelados, y miles de imágenes. Uno puede estar viendo la película mientras camina por sus páginas. Por darles un ejemplo, precisamente cuando Escipión es reclutado en el exclusivo y secreto grupo de los Camisas Doradas, la escena se encuentra en el interior de un bar (El Mincho) y al fondo derecha, cerca de los meaderos, está la mesa que ocupa él con los Camisas Doradas (la unidad dividida en 4) donde hay copas, vasos, botellas, ceniceros, platos con botanas. Y en el momento preciso en que uno de sus reclutas ponía en su vaso otra exagerada cuantía de ron Bacardí, sólo con unas piedritas de hielo, y debido a un torrente de recuerdos de El Machito, la escena queda congelada. No puedo evitar leerles literalmente la descripción de ella:
“…dejaremos por un momento a los cuatro caballeros con sus ocho labios paralíticos, con los vasos y copas a medio alzar o a medio depositar en la fatigada mesa, con los chorros de las botellas endurecidos y colgantes en un clima de humos inmóviles, con sus ganas de orinar para más luego, con sus toses o estornudos detenidos en el curso de gargantas y narices cristalizadas, con un sonido de teléfono celular naciente, con pensamientos y sensaciones encerrados en torpes neuronas congeladas…”
Y entonces, ahí el autor hace una escena de recuerdo (flash back) en donde nos vamos a recorrer sus memorias del que más adelante va a ser nombrado el agente SSS007 (SSS=Servicio de Seguridad Social).
Por supuesto, algo que se agradece al autor es que la historia no está contada de manera lineal; los brincos en el tiempo y las subtramas insertadas en espacios y lugares distintos le dan una fluidez que, contando el total de páginas que tiene la novela, ayuda a disfrutarla casi de una sentada.
Por cierto, quiero aclarar, porque seguramente ya todos se preguntarán qué demonios hace un teléfono celular en aquéllos tiempos. Pues ahí encontramos otro gran logro de esta novela: si bien está apoyada en una historia verdadera, Saúl crea un mundo sin tiempo, sin espacio específico. Toda la trama pasa ahora, en un lugar que denomina Estado Mesoriental, con personajes que tanto uruguayos, como mexicanos, como latinos, podemos identificar con algunos conocidos de la vida política, pues están en sus puestos, en sus miserias, en sus poderíos. No es el ayer, es el ahora y siendo realista, o pesimista, ya qué más da, puede ser también el futuro. Existe una identificación plena y total con los aconteceres más cercanos, con los dolores más inmediatos, con las guerras sin reconocer, con los muertos que jamás alcanzan a lograr la justicia. Saúl se desprende, pues, de su pasado, y logra, magistralmente, embonar ese relato con lo que sucede en presente. La patria es Latinoamérica.
Otro punto que yo rescato de la novela es el profesionalismo de Escipión en su no tan noble labor de torturador. Cuando ingresa a las filas de los Camisas Doradas y le dan sus uniformes y materiales, también le entregan el Manual que Dunviro Retícula, coronel del que ya les he hablado, elaboró en un “cuadernillo de treinta y dos páginas”. Manual que Escipión, el Machito, leerá y memorizará mejor que cualquier otra materia de estudio y que, más adelante, superará por mucho. No hay de otra, aquí se aplica aquello que dice que el alumno supera al maestro. Pero volviendo con dicho manual el lector lo verá aparecer a lo largo de la historia con un tino perfecto cada que se viole o se exalte alguno de sus artículos. Pongo un ejemplo: En una ocasión, el agente SSS007 (o sea el Machito, o sea Escipión Carrasco) viendo a un señor que, en un bar de very important people besaba (apasionadamente) a un mozuelo, dispara todo el cargador sobre el erótico dueto. Enseguida, y sin demora, el agente recoge los casquillos que han quedado en el suelo, y una voz que nos ha estado acompañando a lo largo del relato nos pregunta: ¿para qué ese gesto de pudor asesino recomendado en algunos casos por el Manual, página 22? En otros momentos, simplemente nos informa que tal acción tiene que ver con el manual en tal página y tal artículo, como si dicho reglamento fuera del dominio público.
El último ingrediente del que hablaré que tiene este delicioso, aunque un poco indigesto platillo llamado El Torturador, es la manera como el autor, en un constante coqueteo con el lector se la pasa haciendo guiños con sus comentarios siempre al margen de la historia, para no entorpecer el fluido del acontecer narrativo.
Por ejemplo, cuando nos está diciendo en dónde vive el Machito, nos revela que es en la calle de Solferino esquina con Maldonado, pero hasta ahí. No más, porque, cito: “…el número no, que no somos soplones, sino narradores, ¡caray! ¿Por qué el lector siempre quiere enterarse de lo que no necesita conocer?” Y termina con una frase contundente: “Explicitez sí, pero no tanta”.
De El Torturador podría seguir hablando horas y horas, pero es más grato cuando el lector lo saborea de primera mano. Ya sólo me concretaré en agradecer a Saúl el alto honor de haberme dejado disfrutar antes que –casi- nadie el placer de leerlo.
Rosa Helena Ríos
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